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Historia / Uso ancestral del bosque y plantas nativas

fotografía En las culturas ancestrales, el entorno era un lugar de pertenencia, de correspondencia, donde la relación con la naturaleza estaba en el centro.

En este contexto, el árbol tenía un sentido sagrado: los bosques eran inmortales al perpetuarse a través de los siglos como fuente inagotable de recursos.

Disponible en abundancia en todas las zonas y con variadas cualidades, la madera constituye el recurso más utilizado para viviendas, equipamiento y objetos tecnológicos. Su versatilidad explica la diversidad de diseños y la difícil conservación en el tiempo ha impedido conservar los elementos elaborados con madera.

Además, los árboles proveían de insumos para la medicina tradicional. Hoy en día, el matico (Buddleja globosa) y el bailahuén (Happlopapus baylahuen) figuran entre las más demandadas a escala industrial, presentándose en tiendas y supermercados envasadas para su uso como infusión.

Los pueblos indígenas usaban como jabón la corteza del árbol quillay (quillaja saponaria) con la cual se frotaban, incluso el pelo. Cientos de años antes que llegaran los españoles a América, las indígenas dejaban hirviendo toda la noche la corteza del árbol y el extracto lo usaban como jabón. También les servía para evitar el daño de las polillas en la ropa.

Entre los mapuche, la fruta más apetecida era el piñón de la araucaria, alimentándose también de otras frutas silvestres como el maqui, la murta, la frutilla, el boldo y el cóguil.
fotografía Las mujeres hilaban y tejían la lana en telares "que armaban de pocos palos y artificio" y el tinte lo conseguían utilizando raíces.

Asimismo, el cordón umbilical de los recién nacidos se ligaba con un hilo de lana blanca y se cortaba con un cuchillo de pedernal o con una hoja de la planta gramínea Gynerium argentum, conocida como "cortadera o pasto de mujer”. Los partos o alumbramientos retardados eran acelerados con mutún (Oenotherea berteriana Sp., conocido como "dondiego de la noche")., "porque sus raíces cocidas y dadas a beber apresuran el parto...".

Como testigo y partícipe de las guerras contra los mapuche, el poeta Alonso de Ercilla  describió armas llamadas picas y lanzones, las que son varas de coligüe muy recias, con puntas pequeñas de madera de luma endurecida al fuego. También menciona “alabardas”, que son varas largas con punta de hacha y gancho, que permitía al guerrero golpear y coger al jinete español para derribarlo del caballo.

La principal arma de caza de los yaganes era el arpón, que medía casi tres metros de largo. En el extremo superior se le adosaba una punta de hueso de pescado dentada, por uno o ambos lados. Por los canales magallánicos, se desplazaban en canoas construidas con corteza de árboles.

Los kawéskar llamaban “kájef” a sus canoas y las construían aplanando las cortezas bajo el agua poniéndoles grandes piedras encima y luego les daban forma ablandándolas con fuego.  Las cortezas eran cosidas en espiral, con tiras vegetales que permitían el ensamblaje de las piezas.

Una mezcla compacta de raíces y barro, servía para calafatear la canoa.
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